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En la Facultad de Derecho deberían enseñar a saber ganar. No a ganar, sino a saber ganar. Tienes claro que tienes la razón, como quien tiene a Dios (o al Diablo) de su parte. Meses y meses de juicio, mil millones de horas de trabajo y total para qué, ¿qué viene después de la sentencia favorable? ¿cuánto dura esa satisfacción del trabajo bien hecho?. Si fuéramos una versión más alta (con la 2.5 nos bastaría, la que viene con la actualización de la comprensión y la escucha activa) simplificaríamos mucho las cosas.
Yo prefiero siempre intentar llegar a un acuerdo con el otro abogado. Sucede a veces que el otro abogado también piensa que tiene razón, entonces reprimes tu primer impulso ("mira, gilipollas, ¿cómo se puede tener la cara de defender lo que defiendes?"), recuerdas tus clases de Tai-Chi y después sin prisas intentas captar el tanto por ciento de razón que tenga. Para ello escuchas y observas. Después decides cuánto tanto por ciento de tu razón estás dispuesto a dejarte por el camino y finalmente, y casi lo más importante, planteáis una salida común y negociada.
Con la mayoría del gremio suele funcionar; con los que no, sólo te queda la guerra de guerrillas, haceros la vida imposible en plan Ben Affleck y Samuel L. Jackson en "Al límite de la verdad" hasta que el tiempo dé la razón a ninguno. Lo que más me molesta de estos casos es comprobar cómo el otro se deja llevar por sentimientos estúpidos como el orgullo o el rencor.