Ni siquiera del póster de Marylin
Era Junio y el verano había entrado con fuerza en la ciudad. Hacía una noche calurosa, no como en esas frases de novelas que empiezan "Hacía una noche calurosa en Berlín", sino caló-caló, una caló de cojones. Las aspas del ventilador fingían moverse, dibujando sin aire. No, de ellas tampoco podíamos esperar la respuesta.
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