Meg-vs-Eric

Todos los días se sientan a comer juntos, junto a mi mesa. Yo pongo la oreja. Suele haber buen rollo en el grupo, excepto cuando coinciden los dos a la vez. Por lo que he logrado entender, la tal Meg y el tal Eric estuvieron de novios mucho tiempo, pero lo han dejado hace no sé cuánto. Yo voy con el tipo. No habla mucho, aunque los demás (en especial las amigas de la otra, cuando ella no ha llegado todavía) le intentan tirar de la lengua. Creo que creen que se ha vuelto a enamorar. Pero él no dice nada, sólo aguanta la media sonrisa concentrado en su hambuerguesa, lo cual le hace más culpable.

A la tipa no la aguanto, la verdad. Casi siempre es llegar y contar a grito pelao (para que él se entere, claro) a quién se tiró el finde anterior. Eric no dice nada, le pregunta a algún compadre sobre el partido del sábado y, eso sí, de vez en cuando la mira por encima de su vaso. Parece mentira que sea la misma persona, supongo que piensa. Meg sigue diciendo algo que no entiendo muy bien, algo sobre experimentar o qué sé yo. Me hace gracia, la gilipollas se cree que va ganando. En polvos, puede; pero, a diferencia de ella, Eric tiene esa mirada de pavo que se nos pone cuando estamos haciendo algo rutinario (como comernos una hamburguesa) mientras en realidad estamos recontando mentalmente lunares recién descubiertos.